El capitalismo es el mejor sistema y no amenaza a la democracia, dicen dos nuevos libros
The Power of Capitalism y Democracy and Prosperity argumentan a favor de las democracias capitalistas modernas.
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¿Es el capitalismo el mejor sistema económico? ¿Entra en conflicto con la democracia? Rainer Zitelmann, un experiodista alemán, exempresario, inversionista y prolífico autor, enfrenta la primera pregunta: su respuesta es un sonoro sí. Torben Iversen, un cientista político danés y profesor de Harvard, y David Soskice, economista británico y profesor en la London School of Economics, enfrentan la segunda: su respuesta es un sonoro no. Zitelmann polemiza con los críticos del capitalismo de libre mercado. Iversen y Soskice defienden la simbiosis de capitalismo y democracia en las "democracias capitalistas avanzadas".
El capitalismo no sólo funciona, sino que es el único sistema económico que lo hace. Este es el punto central de Zitelmann en The Power of Capitalism. Justifica su propuesta con un repaso histórico, no con teoría abstracta. Lleva a los lectores por historias extraordinarias de éxito impulsado por el mercado: el viaje de China desde la catástrofe del Gran Salto Adelante a finales de los '50, a las cuatro décadas que siguieron a la reforma y apertura de Deng Xiaoping, el mayor triunfo contra la pobreza en la historia humana; el contraste entre la prosperidad de la Alemania Occidental y Corea del Sur capitalistas y la pobreza de sus gemelas socialistas, Alemania Oriental y Corea del Sur; y el éxito económico de Chile contra el fracaso de Venezuela.
Zitelmann, ideólogo comprometido, empuja sus visiones muy lejos. Argumenta, por ejemplo, que las reformas económicas de Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron éxitos rotundos. Pero eso es debatible. En ambos casos, una consecuencia fue una fuerte alza de la desigualdad. Zitelmann insiste que esto es irrelevante. Pero la alta desigualdad genera una baja en la movilidad social, así como el alza del populismo destructor. También dice que la crisis financiera fue "gatillada por hechos en el mercado inmobiliario estadounidense, que tenían sus raíces en las intervenciones y las políticas de la Reserva Federal". Son argumentos estándar de derecha, pero están exagerados. Asimismo, su visión de que lo correcto tras la crisis era permitir una quiebra masiva y arriesgarse a una depresión severa fue lo que desacreditó a la escuela económica de Austria en 1930. Esas políticas también llevaron a la elección de Adolf Hitler.
La democracia
Pero pese a toda la exageración y simplificación, gran parte de lo que Zitelmann argumenta es correcto. También es correcto que demasiados intelectuales, por una envidia, desdén y arrogancia, detestan equivocadamente el capitalismo y a los capitalistas. La experiencia post-segunda guerra mundial ha mostrado reiteradamente que el mayor impulsor de la prosperidad son las empresas que lucran y operan dentro de una economía de mercado competitiva y regida por la ley, y supervisada por un poder Judicial honesto.
Para Zitelmann, la democracia es una fuente de exigencias de gasto público excesivo e intervención en el mercado; por lo tanto, es una amenaza para el capitalismo. Muchos en la izquierda opinan lo contrario: que el capitalismo hace que la base tributaria sea demasiado móvil y la economía demasiado desigual para una democracia estable. Así, el capitalismo amenaza a la democracia.
Iversen y Soskice insisten en que ambas visiones son erradas: la democracia y la economía de mercado avanzada son simbióticas. En Democracy and Prosperity, argumentan que esta combinación ha demostrado ser sorprendentemente exitosa en el último siglo y, con toda probabilidad, seguirá siéndolo. Su tesis tiene tres elementos centrales.
Primero, el Estado es vital. En una economía avanzada, el gobierno necesita asegurar que las empresas compitan, los trabajadores sean cooperativos, la población esté adecuadamente educada y entrenada, la investigación que crea avance tecnológico sea financiada y la infraestructura en que depende la economía sea construida. No ha sido el mercado contra el Estado, como muchos creen, sino el mercado con el Estado.
Segundo, en una economía avanzada, las personas educadas y aspiraciones son una parte grande y muy políticamente comprometida de la población. Estas personas tenderán a votar por partidos y personas que consideren económicamente competentes.
Finalmente, las habilidades de las que dependen las empresas avanzadas (y las economías avanzadas) están insertas en redes de personas que viven en lugares específicos. Las empresas son, como resultado, bastante inamovibles. Sólo las partes menos capacitadas de sus operaciones se desarraigan.
Estos argumentos tienen implicancias radicales: el capital es mucho menos móvil de lo que algunos suponen y las actividades centrales son geográficamente específicas; además, cada democracia avanzada ha ganado de las habilidades de las otras, a través de la globalización. Los autores también sugieren que los gobiernos democráticos tienen incentivos para dar a las empresas lo que necesitan para tener éxito, mientras éstas, a su vez, no pueden escapar los impuestos y regulaciones que los gobiernos democráticamente electos deciden imponer, a pesar de la sabiduría popular.
Preguntas abiertas
La democracia, entonces, es estable, siempre que los partidos que gobiernan puedan satisfacer a la mayor parte de las clases medias. Las últimas insistirán en que deben ganar una parte importante de la creciente prosperidad. Eso, sin embargo, es consistente con la persistente indiferencia con el destino de los relativamente pobres.
La conclusión fundamental de este importante libro, sin embargo, es optimista. Los autores argumentan que la economía del conocimiento seguirá dependiendo de clusters inmóviles de seres humanos con las habilidades adecuadas. Éstos, a su vez, serán suficientes en número para sostener una democracia y subordinar a las empresas a la voluntad de un Estado facilitador. Las clases descontentas de hoy son, en la opinión de los autores, un problema para la democracia y no una amenaza a ella.
Este análisis profundiza el entendimiento de lo que es una economía moderna exitosa y cómo se relaciona con la democracia. Pero también da pie a tres grandes preguntas.
La primera es si los países avanzados pueden unir a su gente. Hoy, las posibilidades parecen escasas, en parte porque las políticas populistas que los "olvidados" quieren tienden a empeorar su situación actual, en una espiral viciosa de ira, malas decisiones políticas (como Brexit o Trump), una economía peor y luego más ira.
La segunda pregunta es si la inteligencia artificial destruirá las ventaja económicas de las redes hoy localizadas de seres humanos capacitados. Y la tercera es si las personas en la cima de la distribución de ingresos se separarán decisivamente del resto. Un riesgo es que podrán envenenar el ambiente competitivo del capitalismo avanzado, a través de su habilidad de financiar campañas populistas en nombre de los "abandonados".
El capitalismo es sin duda el mejor sistema económico, tal como la democracia es el mejor sistema político. Los dos han trabajado bien en las democracias capitalistas avanzadas por mucho tiempo, con cada uno compensando las debilidades y reforzando las fortalezas del otro. Pero una economía de crecimiento perpetuo es una planta frágil. En un mundo de riesgos ambientales, puede incluso ser imposible. No podemos dar por sentado el futuro de la democracia capitalista.